domingo, 23 de noviembre de 2014

FORMOL

Sé a qué huele el formol.

Llevo un rato mirando el frasco, jugueteando con él entre las manos, como si se tratase de un objeto sin importancia, sin valor, sin vida.
El transparente líquido inducido por el rítmico vaivén que han tomado mis dedos, se mueve de un lado a otro dentro de las paredes de su pequeña prisión, provocando olas que se deslizan como un millón de lágrimas contenidas.

Sé a qué huele el formol.

No es la primera vez que sin el sonido de sus sirenas, las ambulancias corren ante mis ojos asustados, viendo marchar otra parte de mi cuerpo, ésta vez  lo capturaron en un frasco.
Puedo llorar de nuevo otra pérdida, sin conocer muy bien el sentido de todo esto, sin comprender el por qué de tanto desgarro.

Sé a qué huele el formol.

Ese pedacito de mí también soy yo, lleva mis células y con ellas cientos de emociones que se condensan en un trozo de carne.
Sigo observándolo y empiezo a asustarme cuando intuyo, entre su sanguinolento estado, mi rostro compungido, la cara de una niña asustada que se siente pérdida, sola y abandonada en esa cárcel de cristal, dejándose llevar, arrastrada por el trasparente líquido volátil e inflamable…

Sé a qué huele el formol.

Olor penetrante y tóxico. Quizá por eso no sea capaz de dejar de llorar, quizá sea por los gases que emanan de esta sustancia, quizá sea por el cansancio de luchar contra algo invisible, transparente…
Cierra los ojos, creo que se ha dormido, lleva demasiadas horas ahí dentro. La dejaré descansar, no sabe cuál es su destino, no sabe hacia dónde se dirige su camino. ¿Ves? Somos la misma persona.
Reposa sin temor, mi niña, pronto habrá terminado todo. Tú desaparecerás, y quizá yo pueda aliviar de una vez éste dolor.

Sé a qué huele el formol.

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