El sol caía detrás de las dunas, se despedía de nosotros
con esas últimas caricias remolonas, como cuando no quieres irte a dormir e
intentas alargar el instante de ir a yacer entre sueños. Él lo hacía, se
derramaba aún caliente sobre el mar haciendo surcos profundos de color anaranjado, colándose discretamente
entre las rocas, escribiendo mensajes sutiles y de hermosos colores, quizá un
idioma tan solo conocido por las gentes del mar.
El lucero de la tarde ya brillaba en lo alto, la noche poco a poco iba haciendo
acto de presencia y con ella el frío nos iba abrazando cada vez un poco más, envolviéndolo
todo con su manto oscuro pero tan amigable cuando estás solo.
Una tenue luz marcaba aún el horizonte que, pronto desaparecería y mar y cielo
serían un solo ser, un solo mundo, ese en el que nos adentraríamos de cabeza
para comulgar con el mar, con nuestro amante helado, suntuoso apasionado de
bellas mareas y de nuevas y entrañables historias, mientras nuestras cañas se
dejan llevar por el vaivén de las olas. Ellas poseen vida propia, permanecen
ahí con su anzuelo flotando, con el suculento y atractivo cebo que guiña un ojo
a cada pececillo que pasa. Son listos, no caerán tan fácilmente, el mar les ha
enseñado muchas cosas sobre los humanos, quizá sepan más de lo que imaginamos,
más que nosotros mismos…
Mientras, la noche se ha cerrado, hemos sido afortunados y tenemos una flamante
luna creciente, casi llena, amiga de las mareas y de los pescadores que pasan
la noche en vela. Su luz y un pequeño farolillo son suficientes para poder
desenvolvernos con soltura en éste pequeño mundo que hemos creado para los dos,
nuestra casa, con un techo infinito de estrellas.
Hay música, algo de comer, unas cervezas y para cuando el frío ya se haya hecho
con los dedos de nuestros pies, un par
de termos de café y chocolate bien caliente. Suficientemente abrigados,
sentados en unas sillitas no tan cómodas como aparentan, nos echamos la mantita
por encima, nos bajamos los gorros hasta las orejas y cogemos el libro escogido
para la ocasión. La noche será larga y a pesar de que nuestra conversación
siempre resulta atractiva con ese mar que nos inspira, es embriagador comenzar
la velada introduciéndonos en una historia distinta cada noche, en una nueva y excitante
aventura. Lectura que podría transportarnos fácilmente tanto sobre las aguas,
como a las profundidades del océano y sus abismales secretos, palabras que
cuentan como el mar es el todo.
Y de ésta manera, embelesados por tan bellas palabras, hipnotizados por la
melodía del mar que se mezcla con una delicada banda sonora que nosotros
aportamos sutilmente de fondo, viajamos a través de las olas, a través del olor
a mar, a través de esa alfombra que la luna ha teñido de color plata para
nosotros; ni Neptuno es tan afortunado, solo alguna sirena puede tener esta
clase de suerte.
Único y espectacular momento.
La vida.
Algún viejo pescador de la zona se nos acerca de vez en cuando, les gusta contarnos
sus historias sobre la mar, su relación con esa indomable y majestuosa
criatura, espíritu azul, caprichoso y temido oponente...
“Nunca te creas más fuerte que el mar, mientras sea así, mientras sigas sus
reglas todo irá bien”
Se acerca la madrugada y el frío ha ido calando en nuestros huesos,
hundiéndonos un poco más en nuestras ropas empapadas ya de cada gota salada que
la brisa ha traído hasta nosotros. Con delicadeza me colocas mejor la manta y yo me acurruco bajo el nuevo calor que encuentro en la ternura de tus gestos. Me
quedé dormida mientras leías, tu voz me llevó de la mano al “océano mar” a ese
lugar que ambos sentimos nuestro hogar.
Pronto amanecerá.
La pesca será buena, hoy la mar tenía buen sabor.
Mi caña tiraba…
*Imagen propia. Una tarde en la Albufera, agosto 2014