sábado, 14 de abril de 2018

HOGAR


https://www.youtube.com/watch?v=xG0Wa3aJm6g&list=RDMMxG0Wa3aJm6g&index=1


Lleva un tiempo con el agua al cuello.
Se estira.
Se pone de puntillas e intenta coger aire. Mantenerlo en sus pulmones, relajarse, bailar descalza.

Amante líquido con quien sueña en las horas oscuras, discurre rutilante por su piel creando estanques en las comisuras de su cuerpo.
La seduce con el agua dulce de los ríos, acunándola en un abrazo transparente. O arrastra olas desde los océanos, y viste con blanca sal su cuerpo.
Pero no es suficiente. Cada molécula de agua espera paciente el hambre o la sed. Entrar dentro, mirarla a los ojos del alma y que se quede en su profundidad para siempre.

Intenta besarla.
Nunca antes lo hizo.
Roza sus labios con el mar.
La fragilidad y el anhelo abren su boca con ansia y la última bocanada de aire que la mantiene despierta se diluye. Está expuesta a horcajadas ante mares y océanos, y el agua roza su paladar con dedos lascivos de coral.  
Es su Ser lo que desea.
Antes de poseerla también por dentro, se recrea en su húmeda cavidad, admira la belleza roja del sonido que le atrae de su interior. Un vibrato en do sostenido que poseen los encarnados. El eco de la existencia física.

Y ella se bebe ese mar.
Lo hace poco a poco, a pequeños sorbos.
Se bebe la vida, con los ojos cerrados.
Ya no tiene miedo.
Ha vuelto a casa