domingo, 19 de diciembre de 2021

SINFONÍA DESCONCERTANTE

      
https://www.youtube.com/watch?v=B8FWjggNJj8&list=RDB8FWjggNJj8&start_radio=1

  Dícese de cuando la composición de los acordes pierde su armonía y serenidad. Provocando de esta manera una disconformidad de los elementos que, en una acción de entendimiento y musicalidad pretendían sintonizarse en un dial llamado cordialidad. Según la W.I.N.T.E.R (Invierno Inteligente de Narrativa Tecnológica, Elegante y Romántica) esto sucede cuando la realidad te pega una ostia que te deja asonante, discordante y cualquier otra forma de vida tipo ameba por los siglos de los siglos.
Por eso hemos creado la tecla de bloqueo y borrado en los dispositivos electrónicos. Además poseemos la capacidad de romper y tirar todas aquellas cosas empapadas por sinfonías no deseadas…Solo que cuando esa melodía se te ha metido en la caja torácica, y te encanta porque tiene un vibrato por el que tu frecuencia de altura y velocidad en las cuerdas cardiacas no encuentra parangón, entonces, la serenidad y el entendimiento se vuelven contra ti. Te rompen esquemas y pentagramas que desearías no saber leer, tampoco interpretar, porque la sintonía que amenizó aquellos comienzos, aquellos momentos de manera alegre y jubilosa, ahora se ha convertido en una marcha doliente, casi fúnebre que, de una forma angosta, oscura e incluso me atrevería a decir tenebrosa, te golpeará el cerebro cada noche para impedir tu descanso (doy fe de ello) Y te torturará hasta conseguir ese grado de enajenación en el que un concierto y una sinfonía, puedan por fin ser “una sinfonía concertante” aunque a ti se te haya roto el corazón por el desconcierto, llevándolo a una de esas noches oscuras del alma. En definitiva, decepciones de mierda, hablando en plata, acero o criptonita, me la suda. Sí, esta también soy yo. Es mi lado Hyde. Os lo presento: Mss Winter Hyde, ustedes. Ustedes, Mss Winter Hyde.
Pero vaya, que escuchar musiquita es lo mejor del mundo mundial, eh? Lástima que fueran los Hombres G quienes acuñaran el término “Todas las canciones te recuerdan algo” Si no fuese por su tema “La playa” para mí su mejor canción, les daría pero bien, a los recuerdos de mierda.
Cuesta mucho conseguir sacar de tu cabeza el tema que escuchaste mientras sucedía tal o cual cosa en tu vida. No importa de qué índole sea, me refiero a esos hechos que te han marcado con una x bien grande el lado izquierdo de tu pecho. Los escuchaste en bucle, bendito él por siempre, saciándote de ellos, hasta que no pensabas más que a través de las letras de esas canciones y, te movías al son de cada una de sus notas. Tu vida era una gramola girando continuamente con los altavoces cosidos a tus orejas.
La música nos acompaña, a muchas personas, a lo largo de nuestra vida. Una banda sonora particular que bien somos nosotros mismos quienes producimos o llega por cuenta ajena y la hacemos tan nuestra como si la hubiéramos parido o descubierto debajo de una losa en el salón de casa. Tesoros  que en ocasiones nos negamos a soltar, incluso a compartir porque son tan íntimos que sería cómo desnudarnos ante el mundo. Gracias a los dioses y al universo que existe en Spotify, o en otras plataformas, el modo privado ¿verdad? Por supuesto también tenemos listas de las que avergonzarnos, o ¿quizá no? Bueno, dejemos los temas escabrosos para otro momento y por supuesto la libertad de cada individuo para escuchar aquello que le apetezca y le salga de sus más íntimos deseos, ocultos o no.

Pero volvamos al tema que nos concierne en este momento. La música que te rompe. Aquella que te hace añicos porque cada nota se clava como un puñal a traición en tu espalda. Aquellos temas que no podrás volver a escuchar durante mucho tiempo o quizá nunca jamás, porque te agita la sangre de tal forma que consiguen sacarla de tu cuerpo y te quedas sin ella, durante horas, días…o años.
Yo tengo algunos temas de esos, varios más bien. Los hay vetados por tiempo indefinido porque las lágrimas caen, al escucharlos, como cascadas del trópico. Luego están los que sé que pronto podré introducir de nuevo en mi banda sonora vital porque, ya van haciendo sus pinitos. Van muy poco a poco, pero despegan algunas estrofas de cuando en cuando del fondo de mi garganta. Y después existen otro tipo de canciones, aquellas que duelen hasta quedarte sin sentido. Esas que al escucharlas pierdes la capacidad de respirar junto a todas las facultades que te hacen sentir humana; todos los sentidos, incluida la consciencia de ti misma. Permaneces a la deriva del espacio, de la vida. Ya te quedaste sin sangre ¿recuerdas? Y ahora te quedarás sin piel, sin carne, porque en el espacio se corrompe, se desmenuza como cartón. Perderás las uñas, el pelo y los ojos se te saldrán de las órbitas. Finalmente solo tus huesos permanecerán inertes, dejados llevar por la nada, entre planetas y la vía láctea. Un esqueleto bailando a través de toda esa energía oscura. Un títere de color marfil, entre estrellas, púlsares, gases y agujeros negros. Pero seguirás escuchando esas canciones que te persiguen y obsesionan porque te lo quitan todo y a su vez permiten que sigas adelante. Son una droga a la que eres adicta, lo eres a su dolor, al que provocan esas sintonías y, no puedes dejar de escuchar los armónicos porque, son una droga de acordes utópicos que finalmente aunque desaparecieras para siempre, te acompañarían hasta el infinito. Todo ello, tus huesos y tu música, crea una sinfonía concertante en el universo, interpretada con tus sentimientos. Aunque a veces tan solo sea una ilusión.

📷 Imagen: Velvet Estef
🎆Tema: 
When Your Mind's Made Up  de Glen Hansard

domingo, 28 de noviembre de 2021

BAILA CONMIGO

         

https://www.youtube.com/watch?v=HOWbjKpef_w

       
         
Hacía tiempo que no me sentaba delante del temido folio en blanco, con mi silla cómoda y mis teclas inmaculadas después de tanta limpieza y tan poca práctica. Y no es que no haya hecho uso de las palabras, tengo mis cuadernos y además, ahora hay otras maneras de escribir. Todos tenemos un móvil o una tablet en los que volcarnos de cabeza en las redes sociales para, mostrar nuestras más impúdicas desdichas y por supuesto, dichas, cómo no.
Mostrar, siempre mostrar, enseñar más allá de lo innombrable para satisfacer/nos. Queremos pensar que es un compartir inocente de fotos y/o escritos, pero nuestro ego más profundo necesita alimentar aquello que detrás de la pantalla nos hace creer que somos más válidos, más
guays, más queridos. Yo misma lo estoy haciendo en este momento. Estoy desabotonando mi pecho y agarrando con esta mano invisible, el guante ciber lo que sea, para enseñarte, y enseñarme muchas veces, quizá de manera obscena, aquello que en ocasiones ni yo misma deseo ver dentro de mí. Compartimos felicidad, miedos, inquietudes, amores y desamores, las tristezas más profundas con desconocidos que a golpe de likes te otorgan la tranquilidad y felicidad de que aquello por lo que has perdido la razón, y que te ha costado la mitad de tu corazón, ha valido la pena, porque si tienes una cantidad ingente de “me gusta” en la red, todo está bien. Y así, nos lo creemos, todos.
    Nos hemos perdido, yo misma me reconozco ahí, estamos desubicados entre plataformas de nombres ridículos e hilarantes como Tik Tok  ¿qué es eso? ¿va en serio? No digo que tengamos que estar viendo documentales de historia, del universo, o enumerando los nobeles de física, pero hemos llegado a un punto de pornografía (permitidme esta palabra) absurda y pueril qué…a veces, deja poco espacio para aquella imaginación que nos hacía viajar, sentir, soñar, desear…e ilusionarnos. Sí, quizá yo sea una romántica obsoleta y anticuada de esas que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor. Lo sé, no es exactamente así, las redes, los cables invisibles nos han otorgado vías increíbles de conocimiento y acceso al mundo, pero a la vez se ha perdido el elemento sorpresa y de ensoñación cautivadora. Se ha dejado de cultivar la paciencia por la inmediatez. Cualquier cosa o persona está al alcance de nuestra mano, tanto que, ya no tiene ningún valor, no le damos importancia al poder acceder hasta ella.

Lo siento, yo no soy de las que me cago en el romanticismo ni lo veo como algo perjudicial para la salud. Todo lo contrario. Como todo, en su justa medida lo encuentro beneficioso. Un porcentaje bastante elevado del arte tira del hilo intangible del romanticismo, aunque muchas personas deseen negarlo, decapitarlo y relegarlo al ostracismo más oculto de la belleza. Y si no, hagamos un acto de contrición todos aquellos que vivimos tirando de él, de ese hilo, aunque muchas veces sea de manera inconsciente. Creo que contamos algo más de los dedos de una mano, muchos más, me parece que ea así, si somos honestos.

Pero debo permanecer y encontrar mi lugar, intentar adaptarme. Sentir que formo parte de esta vida, de la sociedad en la que nos ha tocado vivir entre internet y la realidad. Me gustan las palabras, su belleza, aquello que son capaces de trasmitir, de hacerme sentir, ya sean las mías o las de otras personas. Expresarme y escribir. Tengo alma de escritora, aunque el nombre me quede grande, seguiré intentando hacerme, con todo mi respeto, un pequeño hueco entre las letras, las románticas siempre, por supuesto. Quién sabe, quizá un día me leas y éstas se muevan en tu tripa y, te hagan sentir emociones, sentimientos ya sean de halago, condena o repulsa. Sea lo que sea, si sientes, yo ya seré feliz por haber provocado un movimiento en tu interior.
El universo está en continuo movimiento, la vida lo hace cada minuto, cada segundo de existencia. 
Eso somos, movimiento.
Baila conmigo.


jueves, 12 de agosto de 2021

Terceros latidos


 

         


https://open.spotify.com/playlist/4SwlKnltS2sdOqrf7XFSSH?si=9d12efcf40dc42f1

               

              Sé que me has buscado. Imagino tu angustia al llegar la noche sin noticias mías. Pasar las horas encerrado en esa habitación de hotel, en otra ciudad, en otro país. Atacando el mini bar cada diez minutos, con la música sonando dentro y fuera de tu cabeza.  
Puedo imaginarte tumbado en la cama, completamente vestido, sintiendo el techo caer sobre ti, aplastando tu aliento contra las frías y solitarias sábanas.
En el baño, el agua caliente de la ducha golpea con ansia las baldosas y, el vapor, con olor a cloro, inunda la estancia creando un ambiente fantasmagórico a la luz de la lamparilla. El alcohol comienza a verter su efecto sobre ti. Tu visión se nubla y humedece, no sabes si lo que ves es real o no. Afuera la ciudad sigue viva. Hace unas horas que el sol se hundió como una moneda en la ranura de una gramola. Y todo comienza de nuevo, con otro fondo, con otro telón, en la penumbra. Los sonidos de la calle ascienden por la fachada. Sombras trepadoras con un instinto depredador que, buscan una presa sobre la que derramar ese bullicio al que se enfrenta un alma derrotada.
Ya en la ducha dejas que el agua caliente diluya por el desagüe el miedo que tapona los poros de tu piel y te impide respirar. Miras tus pies dibujados sobre el mármol blanco, parecen asentados y firmes pero en realidad están  temblando. Convulsionan sobre ese precipicio inmaculado al borde de un abismo que succiona tu cuerpo desde abajo hacia las cloacas de la ciudad, donde el silencio y la oscuridad podrían proporcionarte ese estado de embriaguez que buscas en el alcohol y asépticas habitaciones de hotel.
Te veo desnudo frente a la ventana, con una toalla en la mano, frotándote el torso, ensimismado, con la mirada perdida, intentando redimir el frío apaciguador de la ansiedad que caracteriza el calor del infierno que estás viviendo. El Spotify de tu móvil está en aleatorio, salta de un tema a otro en esa playlist que hace tanto tiempo creamos juntos en una calurosa y corta noche de verano. Los temas se suceden proyectando imágenes en tu cabeza igual que una película de super 8 que ha sufrido el inexorable paso del tiempo. Saltamos de una imagen a otra entre luces y sombras con fondos en negro y primeros planos quemados por exceso de luz. Sonrío a la cámara imaginaria de tu mente, bajando el ala de mi sombrero mientras paseo por la orilla de un Mediterráneo en calma y enamorado. Doy saltos por la arena fría del invierno, corro hacia ti gritando muda un… te quiero. Beso el objetivo y te miro mientras te acercas a mí, dejas caer la cámara sobre la arena y sigue grabando nuestros pies desnudos enredados con un lazo apasionado. Detrás de esas bellas  imágenes suena, igual que un eco perdido en un paraje solitario, los acordes de «When a woman made a man, de Little blue Numbers» Nuestra canción, la de bailar pegados, la de los besos interminables bajo una luna al descubierto en el horizonte que, nos llevará de regreso al hogar cabalgando una tras otra las titilantes estrellas.
Se te enturbian los ojos y mi imagen se disuelve entre lágrimas en blanco y negro. Mientras, un sollozo casi imperceptible se queda atrapado entre las paredes de tu corazón. Lo retendrá ahí en prenda, hasta que consiga encontrar su destinataria  y entregárselo. Entonces yo podré apaciguarlo, calmarlo con el ronroneo de mis caricias y mi voz le susurrará todo aquello que espera encontrar para el descanso eterno de su amor, de nuestro amor.
Sigo aquí vida mía. No fui yo quien desapareció, fuiste tú el que un día comenzaste a descender los peldaños del olvido. Ocurrió así, sin razón aparente. Aquel día sin fecha y sin marca en el calendario no recordabas quiénes habíamos sido ni cuánto luchamos por encontrarnos. Poco a poco la locura del abandono se adueñó de tu corazón, de tu piel, de tu sonrisa y fuimos unos desconocidos que se observaban con escepticismo las manos entrelazadas. Cuando la tierra se abrió bajo nuestros pies nos separamos como náufragos  a la deriva, agarrados a los sentimientos que flotaban sobre las aguas embarradas de un maremoto. Acabaste en tu propia isla solitaria, lejana, añorando un amor que nadaba entre tu mente y mi corazón.
Desde entonces me buscas porque crees que me perdí, que me alejé de ti, que dejé de amarte. Te equivocas. Nunca estuve tan cerca del precipicio de tu respiración, conteniéndola para que siguiera inspirando y exhalando el aire de tus pulmones. Cerca de la comisura de tus ojos que cierro con cariño para que descansen sus agotadas niñas.
Puedo verte cada día mirar a través de las viejas ventanas de sucios hoteles. Puedo ver tus ojos perdidos bajo un techo empapelado, roto por la humedad del agua acumulada. Puedo verte caminar por las calles vacías de un futuro que está por llegar. También puedo verte sentado en ese banco del parque al que solíamos ir a contarnos sueños y deseos. Te veo en cualquier lugar porque estaré siempre a tu lado, porque nuestras miradas se fijarán en la estrella más dorada del firmamento y porque tu alma y la mía se encontraron para no separarse jamás.

     Dejas caer la toalla al suelo. Te has secado del todo. El calor sofocante otorga a tu piel un brillo luminoso. Vuelves a tumbarte en la cama, cierras los ojos y reverbera sobre tus párpados la luz de un neón desde la calle. Es muy intensa y mantiene a raya las sombras trepadoras. Hoy estás a salvo y, me acurruco en tu costado y, me envuelves en un abrazo mientras proyectamos, perdidos en la noche, cada una de las imágenes que hemos grabado y capturado en nuestra mente.
Nos dormimos acunados por los vaivenes de la música. Tu móvil pierde a ratos la señal y a veces se desvanece, igual que una bengala de salvamento en el cielo
Hueles a gel de baño. Ese aroma cítrico y dulce me embriaga por completo. Me relleno de ti y tú te pierdes en mí.
Estoy aquí.
Me has encontrado, siempre lo haces.
Soy yo, tu tercer latido.

sábado, 31 de julio de 2021

La Palmera





https://www.youtube.com/watch?v=o0C4gEsStC0



  La Palmera


    No necesitaban pensar sus palabras. Ambos sabían qué escribirían. Cuando hubieron terminado arrancaron las hojas de sus libretas y, doblaron el papel varias veces sobre sí mismo hasta reducirlo al tamaño de un sello.

A continuación ella se quitó el colgante que llevaba desde niña; un pequeño pececillo recubierto de purpurina azul que le habían regalado sus padres. Lo depositó con cuidado sobre el pañuelo que habían desplegado en aquel suelo de tierra. Dani hizo lo mismo. En su caso se trataba de una púa de guitarra que sacó del bolsillo trasero de sus vaqueros. Sin mediar palabra se miraron a los ojos y sonrieron. Se tomaron de las manos. Él le acarició con el dedo pulgar el interior de la muñeca derecha y tiró despacio de la pulsera que llevaba. Sara repitió con dulzura el mismo gesto y le sacó el hilo trenzado. Eran de colores, idénticas, simulando en bucle un arcoíris. Tiempo atrás, cuando iban al colegio, ella las tejió para los dos, no se las habían quitado desde entonces. Las depositaron junto a lo demás, sobre aquella fina tela de seda bordada con florecillas.
—¿Has traído la lata? —dijo Dani.
—Sí —contestó Sara mientras la sacaba de la mochila—. Y también el cuchillo.
Con la mano temblorosa se lo tendió.
—Tú primero —le apremió ella—. Venga, antes de que me arrepienta. Solo de imaginarlo ya estoy mareada.
Dani lo hizo sin pensar, rápido y de un solo tajo. Su mano izquierda comenzó a sangrar. Unas gotas rojas cayeron sobre sus deportivas blancas resbalando hacia el suelo.
—¿Prefieres que te lo haga yo?
Sara negó con la cabeza y tomó vacilante el cuchillo. Respiró hondo y cerrando los ojos atravesó, con aquella punta afilada, la palma de su mano.
—¡Ay!
—Duele un poco, pero se pasa enseguida. Has sido muy valiente —exclamó él.
Conocía bien la aprensión que le tenía a la sangre. Lo había presenciado cada vez que, de niños, jugando se caían y se rasgaban las rodillas.
Él tomó su barbilla para mirarla a los ojos. Las lágrimas intensificaban su color azul claro. Era como mirar el mar en un día de verano, podías perderte en ellos. Sara inclinó la cabeza hacia un lado, como si pidiera perdón por comportarse así y una tímida sonrisa se insinuó en sus labios. Dani se acercó más a ella y la besó con delicadeza. Sintió la tibieza de sus lágrimas, el sabor salado que, contrastaba con el pintalabios de cereza que siempre llevaba y a él tanto le gustaba. Al separar sus bocas, Sara apoyó la cabeza sobre su pecho y él le besó varias veces el pelo. La abrazó fuerte, intentando fundirse, cobijarla dentro de su cuerpo y al mismo tiempo hacerlo él también debajo del de ella y no salir de allí jamás. Permanecieron unidos, sin prisa, sin tiempo, sin pensar, tan solo respirándose a través de sus ropas. Ellos ya conocían sus cuerpos, pero deseaban tatuar en su mente cada milímetro de piel, de sabor, el sonido de sus latidos acelerados cuando estaban juntos piel con piel.
Se separaron, y cogidos de las manos heridas, uniendo sendos cortes, se arrodillaron ante aquel despliegue de pequeños tesoros que habían reunido. Acoplaron sobre ellas las manos libres y apretaron. Entre ese amasijo de manos y dedos comenzó el goteo caliente y denso de una promesa.
Después de meterlo todo en la lata, depositaron en aquella improvisada tumba bajo una enorme palmera la pequeña cápsula del tiempo que, encerraba un tesoro, un compromiso y una declaración. Acordaron no decirse qué había escrito el otro. Reconocían la importancia que poseían aquellas palabras y decidieron que permanecerían selladas con su sangre hasta que juntos, algún día, las desenterrasen.
A partir de ese instante pasaron a ser más que amigos, más que novios. Se habían unido de una manera que solo ellos conocerían y que nada ni nadie podría romper jamás. La enorme palmera se alzaba como único testigo; mudo, imponente, observando desde el cielo aquel ritual pagano de unos adolescentes que quisieron desafiar al tiempo y retar a la vida.


Buscó Australia en el globo terráqueo que tenía sobre la mesilla, solía hacerlo, aunque sabía perfectamente dónde se encontraba: hemisferio Sur, océano Pacífico. Tumbada boca abajo en su cama, presionaba de forma intermitente  el interruptor que, daba luz a aquella esfera terrestre que conservaba desde niña. Rozaba con la punta de los dedos la masa de tierra al otro lado del planeta y que cuando apagaba su luz desaparecía. No conseguía que  sucediera lo mismo con su tristeza. Aquel día, el día en que se hicieron una promesa y se unieron en algo más que un cuerpo o palabras, dejaron mucho más que su amor dentro de aquel sepulcro a los pies de una palmera centenaria.
Dani se marchó un año después a vivir a Sidney. Su padre fue trasladado por trabajo a un destino definitivo. Nunca volverían a España.
Rotos por el dolor e impotentes ante algo que el destino había decidido por ellos, nada había que pudieran hacer. Se prometieron no olvidarse, mantener el contacto y en cuanto pudieran viajarían para verse.
Durante varios años, se cartearon y se llamaron por teléfono con infinitas conversaciones que casi provocan la ruina para sus padres. Pero poco a poco, el tiempo resultó implacable y la distancia, que ya era enorme, creció. Las cartas se espaciaron y las llamadas se fueron reduciendo a fechas señaladas. La vida continuaba incesante. Sara estudió ciencias del mar. Siempre le fascinó la idea de marcharse con algún grupo de biólogos en un barco y ayudar a preservar la vida marina.
Dani quería ser músico. También lo tuvo clarísimo desde pequeño y soñaba con tener su propia banda indie. Pero sus padres insistían en que iría al conservatorio o no tenía nada que hacer. Así que siendo prácticamente un crío, comenzó sus estudios de música.
La vida los había separado. Tuvieron que dejar a un lado el amor que sentían, relegarlo a un lugar de su corazón en el que quedaría oculto, pero no olvidado porque existía un hilo que los unía; tejido por aquel inocente acto furtivo, sincero y mágico que, llevaron a cabo con poco más de diecisiete años.
Sara acabó su carrera y se enroló en un barco con un grupo de científicos que se dedicaban a proyectos de recuperación y conservación de especies marinas. Pasaba mucho tiempo en alta mar, sin ver a su familia, pero no le importaba porque hacía aquello que le gustaba y era feliz. Durante sus viajes, por las noches, pasaba horas en cubierta al abrigo de las estrellas. Dicen que en mar abierto, las estrellas fugaces poseen más fuerza. Sara no dejaba de buscarlas para pedirles un único deseo.
Al otro lado de ese mismo cielo, Dani también terminó sus estudios y, a regañadientes de sus padres, consiguió formar su ansiado grupo de música. Se llamaban, Hope.
Solían tocar gratis a cambio de cervezas en pequeños locales de la ciudad. Poco a poco se fueron abriendo camino, eran buenos y conseguían llenar todos los garitos en los que actuaban. Durante una de sus actuaciones, un cazatalentos que frecuentaba estos locales, quedó fascinado por la profundidad de sus letras. Les aseguró que, con una maqueta de al menos diez temas con ese ritmo, indie folk, garantizaba la grabación de un disco. El sello era aún poco conocido, pero en unos meses aquella discográfica alcanzó el mercado internacional.
Sara los escuchaba a todas horas. En el barco no sonaba otra cosa. Cuando sus compañeros, cansados de las mismas canciones cambiaban de emisora, terminaban cediendo ante ella porque, veían como sus ojos buscaban un lugar donde perderse.
Dani tocaba la guitarra y el violín. La voz no era lo suyo. Componía las melodías y escribía todas las letras con las que terminaban hipnotizando al público. Su música poseía un rasgo indispensable para un artista, alma. Y esa alma, a su vez, poseía otro rasgo necesario para crear belleza, amor.
La gira sería sencilla, con ciudades elegidas estratégicamente para promocionar el disco en Europa, así como los nuevos temas que Dani iba sacando sin parar. Al fin sentía que podía expresar, sin ningún tipo de filtro, todo aquello que necesitaba decir y gritarle al mundo.
Sara estaba tan emocionada cuando se enteró del concierto que, corrió a su camarote para conectarse a internet y comprar una entrada. No podía perder tiempo, pues solo tocaban una vez en cada ciudad y por exigencia del propio grupo, siempre en locales no demasiado grandes. No querían convertirse en ese tipo de bandas que anteponían el dinero a su pasión.
Sara entró en la página compratuentradaya.com. La conexión fallaba, lo volvió a intentar. Así varias veces durante la tarde. Maldijo a Neptuno y también a las sirenas. Después de unas horas, finalmente, la consiguió. Se sorprendió de que el precio fuese tan asequible y le gustaba el lugar escogido, La Rambleta. Ya había asistido a conciertos allí. La acústica era buena y la organización también, pero algo ensombreció esta alegría. No había conseguido asiento en las primeras filas, pero con aquella maldita conexión fallando no pudo cambiarlo. No dejaría que ese detalle acabase arrebatándole de un plumazo lo que ahora sentía. Iba a ver a Dani. Después de tantos años. ¡Y subido a un escenario! Quizá podrían verse, hablar y tomar algo tras el concierto. Intentó ponerse en contacto con él durante los días siguientes, pero la cobertura era malísima y no lo consiguió. Hacía muchísimo tiempo que no hablaban. Sabían el uno del otro por sus padres que sí mantenían un contacto más fluido. Ahora conocía más cosas de él por los medios, aunque era muy discreto y no se prodigaba mucho por las redes sociales. Llegaría al puerto de Valencia con el tiempo justo para ducharse e ir directa al concierto. Por suerte las fechas en el trabajo le cuadraron y además, ahora iba a tener unos días libres. No pudo evitar fantasear con la idea de que quizá él podría quedarse en la ciudad. Dani, su gran amor, su único amor. Ningún chico le había hecho sentir como él. Nunca se había vuelto a enamorar. Pero quizá él sí. Imaginaba que habría tenido amigas o novias, igual que ella había conocido chicos durante estos años. En realidad no sabía apenas nada de su vida privada. Casi eran unos desconocidos.

Se acercó a la taquilla y preguntó si por casualidad su nombre aparecía en la lista Vip. Quiso probar suerte. No ocurrió tal cosa y pensó que, su amigo, se había olvidado de ella. Rápidamente se sacó esa idea de la cabeza. Solo importaba que estaba allí y que lo vería.
Se dirigió a su asiento, con el corazón alojado en su garganta mientras se frotaba la palma de la mano. Lo hacía cuando estaba nerviosa, masajear aquella pequeña cicatriz la relajaba.
Las luces se apagaron y un solo de violín envolvió la sala como un abrazo. Aquellas hermosas notas en la oscuridad emocionaron al público. Sara sintió lágrimas rodar por sus mejillas y el latir acelerado de su corazón. Varios minutos más tarde las luces se encendieron y el grupo comenzó a tocar. La gente se deshizo en aplausos. Desde aquella distancia no veía bien su rostro, pero lo conocía perfectamente. Estaba guapísimo. Vestía de negro con un chaleco morado. Los temas se sucedían sin pausas, no dejaban de tocar y cambiar instrumentos. Ella coreaba aquellas letras que se sabía de memoria. Hablaban de amores lejanos, de corazones rotos, de encontrar la persona amada al otro lado del mundo, de desear respirar a través de unos ojos azules como el mar. El concierto parecía haber llegado a su fin cuando el grupo se despidió y abandonó el escenario. Dani volvió. Se sentó solo en un taburete alto, cogió la guitarra y deslizó su mirada entre el público. Dijo con una sonrisa que, se atrevía a cantar porque el tema que interpretaría a continuación era muy especial para él. Su título, Under the palm. Fue entonces cuando a Sara se le paró el corazón.

La salida se convirtió en un hervidero de fans. La gente se agolpaba en el lugar por donde pensaban que saldrían. Todos querían ver al grupo, hacerse fotos y pedir autógrafos. Ella se hizo a un lado y se sentó en unas escaleras, le temblaban las piernas. También quería ver al grupo, en realidad solo quería ver a Dani. Esperó. Pasó el tiempo y la gente se fue disolviendo. Transcurrió una hora, era improbable que fuesen a salir por ahí, eso estaba claro.
No podía creer que lo hubiera tenido tan cerca y no verlo. Desolada decidió marcharse a casa. No podía dejar de llorar, sentía rabia, tristeza. Le dolía el corazón y la palma de la mano. Pensó en esa canción «¿por qué la habría escrito si ya no quería ni verla?» Una oleada de calor le recorrió el cuerpo, la abrasaba. Decidió ir allí, a ese lugar que hace años significó tanto para ellos y desenterrar aquella ilusión. Quería quemarla.

Contuvo el aliento cuando llegó. Ya no había tierra, lo habían asfaltado, convertido en un paseo de cemento. Horrorizada dirigió su mirada a la palmera, solo quedaba un poco de tierra alrededor de aquel tronco. Lo acarició con tristeza, sintiendo como se asfixiaba, igual que ella. Todo había quedado sepultado bajo el cemento, aquella amistad, su amor de juventud.
—No está ahí —dijo una voz a su espalda.
Se giró y del sobresalto casi pierde el equilibrio. Era Dani. Sin dudarlo y sin dejar de llorar corrió como una niña a sus brazos.
—Eh, chsss —susurró mientras le acariciaba el pelo.
—Pensaba que no te vería. Yo…esa canción. Nuestra capsula del tiempo, mi mano, este cemento.
Sara sollozaba. Dani la separó con delicadeza, alzó su barbilla para mirarla a los ojos. En esta ocasión fue ella quien se perdió en los suyos color avellana. Eran tal y como los recordaba, cálidos como el fuego de un hogar.
Él sacó algo del bolsillo de su cazadora.
—Me la llevé. Cuando supe que me marchaba, la desenterré. Siento no habértelo dicho, Sara. Necesitaba llevarme esta parte de nosotros. Jamás la abrí, solo deseaba tenerla cerca.
Se sentía algo mareada, confusa. Feliz.
—Ábrela, Sara —insistió.
Dani le secaba las lágrimas con el pulgar mientras acariciaba su rostro. Allí estaban los colgantes, las pulseras, los papelitos amarillentos por el paso del tiempo. —Lee mi nota —dijo él.
Con un hilo de voz, Sara leyó:
Todas las canciones que escriba en mi vida serán para ti. Siempre serás solo tú.
Dani desplegó el suyo:
Mi sangre ya no me pertenece. Es tuya, pues solo tú posees mi corazón.

Se encontraron de nuevo, bajo aquella palmera, entre la música de sus latidos y los besos sabor cereza. Habían vencido al tiempo.