https://www.youtube.com/watch?v=wl_wFFhQZ6M&list=PLws4cSjvcS5qIqJCy0mw_5N2DZg5bgMzl
Cuarenta y siete saltos
de fe he dado ya en esta encarnación. Y en todos ellos deseos e ilusiones
proyectadas en más de trescientos sesenta días; colocados uno tras otro como fichas
de dominó sobre un tablero invisible.
Este es el momento.
Echo la vista atrás y me paseo tranquila por los acontecimientos vividos, sin peso, sin carga alguna. Repaso mentalmente y con el corazón en la mano todo aquello que te ha sucedido, lo que me ha ocurrido a mí y también al mundo. Y lo dejo ahí atrás, desde la paz. Con esta calma que últimamente se sienta a mi lado. Sin miedo.
Mi viaje, que se inició hace muchos años, sigue siendo un maravilloso aprendizaje en el que no dejo de conocerme mejor, de sanarme y sin duda alguna de aproximarme poco a poco a esa luz que toda alma aspira alcanzar.
La luz del auténtico Hogar.
*Fotografía de Graciela Portilla
El concepto de cerrar puertas o episodios en tu vida es
algo que cuesta mucho de asimilar. Incluso cuando eres consciente de que eso es
lo mejor, soltar amarras es de las situaciones más duras a la que nos enfrentamos
los seres humanos. Ya sea por una muerte, o por una separación de otro tipo en
cualquier relación. Decir adiós parece que no entra dentro del programa que
llevamos insertado en nuestras células, aun siendo de las cosas que más veces
vamos a vivir en nuestra vida, jamás
estamos preparados. El momento nunca es el oportuno, ni la circunstancia
que estemos viviendo nos parecerá la adecuada para de una manera consciente
dejar atrás el pasado.
¿Cómo saber que ha llegado ya? ¿Acaso es necesario cortar el cordón umbilical para siempre cuando las emociones te arrastran incesantes hacia los recuerdos?
¿Cómo saber que ha llegado ya? ¿Acaso es necesario cortar el cordón umbilical para siempre cuando las emociones te arrastran incesantes hacia los recuerdos?
Siempre hay una señal.
Los recuerdos no existen.
De alguna manera al almacenarlos y traerlos al momento presente nuestra mente los hace reales, espejismos con los que podríamos seguir viviendo el resto de nuestras vidas.
Cuando te niegas a dejar atrás, en definitiva, a soltar, solo te haces daño a ti mismo creando una falsa realidad en tu cabeza. Nuestra mente es muy tonta y se cree todo aquello que le decimos, por lo que una persona podría vivir (algunas lo hacen) de recuerdos, e incluso de recuerdos ficticios, durante toda su vida.
Desde luego esa no es la situación más deseable para ninguno de nosotros.
Todo aquello que hemos experimentado a lo largo de nuestra vida, su única función consistía en traernos al momento presente.
Aquí y ahora.
Todo, absolutamente todo.
Lo único que vives es el ahora.
La señal aparece un día cualquiera. Si tienes los ojos bien abiertos serás capaz de identificarla y si no, es posible que vuelva a aparecer más adelante, cuando estés preparado. Puede llegar de distinta manera, más o menos dramática, sencilla o dolorosa, pero llega, siempre llega.
En mi caso se trató de un cuchillo afilado en el corazón. Se clavaba una y otra vez, desmembrando, desollando y matando cualquier resto de luz que pudiera existir por lo sentido y vivido.
Hasta ahora me negaba a creer que eso fuese posible.
El amor siempre sería más fuerte.
El amor sería capaz de vencer las más dura batalla.
Y aunque a mí me pareciese en ese momento cruel y no lograra comprender, el amor, se confirmó como ganador.
Me ha costado mucho verlo. Ser consciente de que no había ninguna lucha. No había batalla que desempeñar, ni tan siquiera discusión en la que enzarzarse. Solo debía abrir los ojos para darme cuenta de que todo ocurre por una razón. Y de que la razón más importante es la que sigue provocando que mi vida sea esta.
El amor.
No sé explicarlo mejor, podría haber esperado a que las palabras llegaran, pero he sentido que necesitaba decirlo en voz alta.
Todo está bien.
Todo es perfecto.
Todo es como debe ser.
Soy quién y cómo debo ser, con lo que la vida me ha ido poniendo delante. En ocasiones generosa, en otras me ha mostrado sus manos vacías, provocando en mí estados de tristeza o desesperación.
De nuevo otra lección más que debo aprender para ir completando mi alma. El perdón.
Los recuerdos no existen.
De alguna manera al almacenarlos y traerlos al momento presente nuestra mente los hace reales, espejismos con los que podríamos seguir viviendo el resto de nuestras vidas.
Cuando te niegas a dejar atrás, en definitiva, a soltar, solo te haces daño a ti mismo creando una falsa realidad en tu cabeza. Nuestra mente es muy tonta y se cree todo aquello que le decimos, por lo que una persona podría vivir (algunas lo hacen) de recuerdos, e incluso de recuerdos ficticios, durante toda su vida.
Desde luego esa no es la situación más deseable para ninguno de nosotros.
Todo aquello que hemos experimentado a lo largo de nuestra vida, su única función consistía en traernos al momento presente.
Aquí y ahora.
Todo, absolutamente todo.
Lo único que vives es el ahora.
La señal aparece un día cualquiera. Si tienes los ojos bien abiertos serás capaz de identificarla y si no, es posible que vuelva a aparecer más adelante, cuando estés preparado. Puede llegar de distinta manera, más o menos dramática, sencilla o dolorosa, pero llega, siempre llega.
En mi caso se trató de un cuchillo afilado en el corazón. Se clavaba una y otra vez, desmembrando, desollando y matando cualquier resto de luz que pudiera existir por lo sentido y vivido.
Hasta ahora me negaba a creer que eso fuese posible.
El amor siempre sería más fuerte.
El amor sería capaz de vencer las más dura batalla.
Y aunque a mí me pareciese en ese momento cruel y no lograra comprender, el amor, se confirmó como ganador.
Me ha costado mucho verlo. Ser consciente de que no había ninguna lucha. No había batalla que desempeñar, ni tan siquiera discusión en la que enzarzarse. Solo debía abrir los ojos para darme cuenta de que todo ocurre por una razón. Y de que la razón más importante es la que sigue provocando que mi vida sea esta.
El amor.
No sé explicarlo mejor, podría haber esperado a que las palabras llegaran, pero he sentido que necesitaba decirlo en voz alta.
Todo está bien.
Todo es perfecto.
Todo es como debe ser.
Soy quién y cómo debo ser, con lo que la vida me ha ido poniendo delante. En ocasiones generosa, en otras me ha mostrado sus manos vacías, provocando en mí estados de tristeza o desesperación.
De nuevo otra lección más que debo aprender para ir completando mi alma. El perdón.
Este es el momento.
Echo la vista atrás y me paseo tranquila por los acontecimientos vividos, sin peso, sin carga alguna. Repaso mentalmente y con el corazón en la mano todo aquello que te ha sucedido, lo que me ha ocurrido a mí y también al mundo. Y lo dejo ahí atrás, desde la paz. Con esta calma que últimamente se sienta a mi lado. Sin miedo.
Mi viaje, que se inició hace muchos años, sigue siendo un maravilloso aprendizaje en el que no dejo de conocerme mejor, de sanarme y sin duda alguna de aproximarme poco a poco a esa luz que toda alma aspira alcanzar.
La luz del auténtico Hogar.
*Fotografía de Graciela Portilla