domingo, 12 de agosto de 2018

SOLTAR




https://www.youtube.com/watch?v=wl_wFFhQZ6M&list=PLws4cSjvcS5qIqJCy0mw_5N2DZg5bgMzl


El concepto de cerrar puertas o episodios en tu vida es algo que cuesta mucho de asimilar. Incluso cuando eres consciente de que eso es lo mejor, soltar amarras es de las situaciones más duras a la que nos enfrentamos los seres humanos. Ya sea por una muerte, o por una separación de otro tipo en cualquier relación. Decir adiós parece que no entra dentro del programa que llevamos insertado en nuestras células, aun siendo de las cosas que más veces vamos a vivir en nuestra vida, jamás  estamos preparados. El momento nunca es el oportuno, ni la circunstancia que estemos viviendo nos parecerá la adecuada para de una manera consciente dejar atrás el pasado.
¿Cómo saber que ha llegado ya? ¿Acaso es necesario cortar el cordón umbilical para siempre cuando las emociones te arrastran incesantes hacia los recuerdos?

Siempre hay una señal.

Los recuerdos no existen.
De alguna manera al almacenarlos y traerlos al momento presente nuestra mente los hace reales, espejismos con los que podríamos seguir viviendo el resto de nuestras vidas.
Cuando te niegas a dejar atrás, en definitiva, a soltar, solo te haces daño a ti mismo creando una falsa realidad en tu cabeza. Nuestra mente es muy tonta y se cree todo aquello que le decimos, por lo que una persona podría vivir (algunas lo hacen) de recuerdos, e incluso de recuerdos ficticios, durante toda su vida.
Desde luego esa no es la situación más deseable para ninguno de nosotros.
Todo aquello que hemos experimentado a lo largo de nuestra vida, su única función consistía en traernos al momento presente.
Aquí y ahora.
Todo, absolutamente todo.
Lo único que vives es el ahora.

La señal aparece un día cualquiera. Si tienes los ojos bien abiertos serás capaz de identificarla y si no, es posible que vuelva a aparecer más adelante, cuando estés preparado. Puede llegar de distinta manera, más o menos dramática, sencilla o dolorosa, pero llega, siempre llega.

En mi caso se trató de un cuchillo afilado en el corazón. Se clavaba una y otra vez, desmembrando, desollando y matando cualquier resto de luz que pudiera existir por lo sentido y vivido.
Hasta ahora me negaba a creer que eso fuese posible.
El amor siempre sería más fuerte.
El amor sería capaz de vencer las más dura batalla.
Y aunque a mí me pareciese en ese momento cruel y no lograra comprender, el amor, se confirmó como ganador.
Me ha costado mucho verlo. Ser consciente de que no había ninguna lucha. No había batalla que desempeñar, ni tan siquiera discusión en la que enzarzarse. Solo debía abrir los ojos para darme cuenta de que todo ocurre por una razón. Y de que la razón más importante es la que sigue provocando que mi vida sea esta.
El amor.
No sé explicarlo mejor, podría haber esperado a que las palabras llegaran, pero he sentido que necesitaba decirlo en voz alta.
Todo está bien.
Todo es perfecto.
Todo es como debe ser.
Soy quién y cómo debo ser, con lo que la vida me ha ido poniendo delante. En ocasiones generosa, en otras me ha mostrado sus manos vacías, provocando en mí estados de tristeza o desesperación.
De nuevo otra lección más que debo aprender para ir completando mi alma. El perdón.

Cuarenta y siete saltos de fe he dado ya en esta encarnación. Y en todos ellos deseos e ilusiones proyectadas en más de trescientos sesenta días; colocados uno tras otro como fichas de dominó sobre un tablero invisible.

Este es el momento.

Echo la vista atrás y me paseo tranquila por los acontecimientos vividos, sin peso, sin carga alguna. Repaso mentalmente y con el corazón en la mano todo aquello que te ha sucedido, lo que me ha ocurrido a mí y  también al mundo. Y lo dejo ahí atrás, desde la paz. Con esta calma que últimamente se sienta a mi lado. Sin miedo.

Mi viaje, que se inició hace muchos años, sigue siendo un maravilloso aprendizaje en el que no dejo de conocerme mejor, de sanarme y sin duda alguna de aproximarme poco a poco a esa luz que toda alma aspira alcanzar.
La luz del auténtico Hogar.

*Fotografía de Graciela Portilla


martes, 7 de agosto de 2018

MAMÁ

    La luz de aquellos leds en forma de  estrellas rompía la oscura noche. Mientras, ella dormía sobre un colchón de aire como una niña sobre una nube de algodón de azúcar. Sueños quizá dulces bajo el efecto de los fármacos, quién sabe qué pasaba por su cabeza cuando su respiración se aceleraba y su tez blanquecina se empapaba en sudor. 
Es posible que corriera por una playa con sus pies descalzos, sintiendo la arena abrazar sus dedos. Se dejara caer en la orilla a merced de las tibias olas que humedecían su cuerpo agitado por tanta excitación. Y allí tumbada sobre la arena húmeda de la madrugada, sonreiría con sus labios de rojo carmín, mirando la inmensidad del cielo donde bailaban cientos de  estrellas.
Pero era un cielo de placas de escayola.

Su alma joven había echado el ancla por la borda, no iba  a permitir que el barco zarpara ya. Esta tripulante llevaba un billete sin validez, se lo dieron equivocado cuando sin mediar palabra lo sellaron a su muñeca izquierda -Todo está bien- dijo aquella mujer con una sombra pegada a ella -solo le dolerá un poquito- Y entonces varios cables colgados de un cielo gris comenzaron a administrar drogas que sanan…

El diagnóstico, al igual que el de un electrodoméstico estropeado, llegó con palabras incomprensibles que zumbaban en nuestros oídos. Y aquellas sonrisas -todo irá bien- mientras los dientes  se les salían de los alvéolos, resultaban grotescas; con aquellos ojos desorbitados después de una guardia de 24 horas.

Entonces te vas con las palabras grabadas en tu memoria
-todo irá bien- que se repiten como la canción pegadiza de ese verano.

Pero cuando te has tragado el estómago y lo está digiriendo tu intestino delgado, para después deshacerse de él en aquél aseo compartido con unos desconocidos, y se perderá entre los residuos de algún tipo de depuradora de desechos en el sótano de aquel vasto edificio impersonal y monstruoso, la vida, tu vida, comienza a parecer irreal.

Ya has perdido tu estómago, y con los días que se avecinan, no será el único órgano que se romperá o desmembrará mientras la ves, día tras día, debatirse entre la vida y la muerte. Entre el dolor y las reacciones a decenas de fármacos; temblores, sudores fríos, alucinaciones, agresividad, negación, frustración, terror.
Y tú, nosotros, quienes la amamos, queremos confiar, pero la señora con la sombra vuelve, y nos dice y nos desdice. Y entonces sientes que tu mundo se desintegra porque ella es todo, es quien te dio lo más grande, te dio la vida y todo lo que va con ella.

Y se repiten las noches, con estrellas de leds. Con el sueño olvidado en un sillón que tiene aroma a café de máquina, desinfectantes y otros tantos olores indescriptibles cuando compartes 16 metros cuadrados con 4 personas.
Y lo peor, compartes el dolor…el miedo, con la impersonalidad. Con la indiferencia. Con la soledad.

Tú, nosotros, solo podemos besarla, abrazarla y decirle que sea fuerte, que luche. Y ella te dice -tengo miedo de estar aquí, no quiero irme, quiero estar con mis hijos. Me siento joven- Y tú lloras lágrimas por dentro que van directas a tus tripas porque ya perdiste el estómago, y pronto te quedarás también sin garganta de tanto gritar desde la calle -dónde está Dios, ven y sálvala- No debe marcharse, aún no.

Y vuelve la señora con la sombra y te dice que todo ha empeorado que no saben y que es posible que ocurra. Y tú, nosotros, perdemos un pulmón, nos quedamos sin aire, y un trozo de corazón porque si ella muere, se lo llevará para siempre. Y así nos encontramos, los 4 hermanos, mutilados para siempre bajo la noche de estrellas de leds con un techo de escayola.
Y rezas, o hablas con el universo, o con quien sea que haya, o con nadie, quizá solo con tu consciencia y pides, suplicas de rodillas en aquella playa en la que ella se tumbó siendo joven y hermosa, con labios rojo carmín.
Y suplicas que vuelva. Aún tiene algo que hacer. Debe darnos algo más a cada uno de nosotros antes de emprender el viaje sobre el camino de baldosas amarillas.
Ya tiene sus zapatos, sí, de color rojo, su colcha mágica y su perro.
El viaje a la ciudad Esmeralda lo hará con alegría porque su alma es pura, siempre lo ha sido.
Ella sabrá cuando es el momento, no la señora de la sombra con nariz de bruja…

Nos veremos en Oz, pero mientras seguiremos bailando contigo bajo las estrellas, las del cielo de verdad. Corriendo por tu playa con los pies descalzos y disfrutando del olor a mar que trae la brisa al acariciar tu rostro. Compartimos órganos, nos los diste al nacer, y ahora nosotros te los damos para que vivas hasta que el tornado de algodón de azúcar te lleve donde mereces estar, en tu Hogar.
Te queremos, Mamá.