lunes, 5 de octubre de 2020

Tita Loli


 
https://www.youtube.com/watch?v=2gsmZ-UZAA4

         Ella no miraba la vida igual que los demás, ella tenía unas gafas para ver la realidad. Con un cristal que brillaba y reflejaba la esperanza. Grueso, para albergar el amor. Con  montura de pasta, fuerte, igual que los deseos que, enganchaba a sus orejas, como unos pendientes de ilusión. No eran gafas de visión especial, sino espacial, porque siempre miraba un poco más allá, a través de las estrellas y se adelantaba a su tiempo, con actitud y pensamientos. Así atraía el corazón de muchas personas, porque había ternura y frescura en los pasos que daba por este asfalto, a menudo gris y opaco. Cada día se maquillaba, tan solo, con una sonrisa en los labios y se vestía con trajes de optimismo que, ella cosía con su máquina de color verde a la luz de un flexo plateado, con el sistema de corte Martí, jaboncillo, regla y metro en sus manos. Siempre me he preguntado de dónde sacaba la energía, el humor para enfrentarse a las vicisitudes y  disfrutar de la vida.
Un solo hijo parido de sus entrañas, un regalo del cielo, un angelito de ojos vivos y pelo negro. Construyó a su alrededor, para que nunca se sintiera solo, una familia numerosa, igual que una manada de lobos. Con un corazón que no le cabe en el pecho, ese hijo leal, servicial, amigo de sus amigos, cortés y digno de confianza, la amó y cuidó hasta lo imposible y quizá, más allá. Y por este camino que, a menudo no fue fácil pero sí feliz, dijeron adiós a un padre y un marido que, los amó hasta el final.

Me viste crecer, madrina, cuidaste de mí y me guardaste secretos; como dejarme la bici de mi primo cuando él no estaba, qué importante me sentía; o intentar convencer a mis padres para que me dejaran ir de campamento. Sé que me querías como una madre, pues tu hijo era mi hermano, siempre lo será. Así lo educaste y así nos mirabas cuando estábamos juntos.
Volverás a tomar el té con tus hermanas y hermano, calentito y con mucha hierbabuena. Puedo oler el aroma del té moruno, las galletas, y la música de fondo, tarareando y endulzando las meriendas. Mi madre siempre sonreía cuando estaba contigo, es posible que se contagiara, o quizá, tan solo, le encantaba compartir aquellos momentos con su hermana Loli.
Una vez, por mi cumpleaños me dedicaste una canción, Un beso y una flor. Ya tenemos una que compartir tú y yo, además de muchos recuerdos y todo el cariño.

Ahora ya has saltado el fuego de la ley, y lo has hecho como tú querías; vestida de rojo, con la pañoleta celeste a tus pies y tus votos, deseos o juramentos escritos y enrollados entre tus manos.

Te has marchado tranquila y en paz con el mundo. Descansa, es el momento. Yo te recordaré así: Valiente y Feliz.
Tu promesa toma ahora el relevo.
Siempre lista.
Siempre listo.
Adiós, tita Loli, feliz regreso al hogar.     


                                                                  In memoriam +

              Melilla, 21 de abril de 1940                                    Valencia, 25 de agosto de 2020


miércoles, 22 de enero de 2020

ÉIRE








https://www.youtube.com/watch?v=jaA1oNoO0Jg


Miró hacia abajo y vio sus pies desnudos perderse entre la hierba. La brisa llegaba fría desde el mar, pero no le importaba, le gustaba sentir aquel abrazo casi helado en su piel. Se había desprendido del chal de lana y las botas que llevaba en algún lugar del camino cuando divisó los acantilados. Conectar de esa manera con la naturaleza le provocaba un estado de infinita felicidad. Se sintió rodeada de todo lo que ella era. El viento comenzó a crecer entre nubes blancas y grises, silbaba cortando el silencio, cantando la melodía de lluvia que estaba a punto de caer. El mar se levantaba majestuoso. Con el orgullo proveniente del océano, aplacaba la pasión contenida en su interior estrellándose y dibujando mapas blancos contra las rocas oscuras. Todo aquello sucedía también en su interior y sabía lo que tendría lugar de un momento a otro. Una fina lluvia comenzó a caer desde el cielo. Otra ascendía desde el mar y en un punto invisible, delante de ella, se encontraron aquellas gotas diminutas y resplandecientes como diamantes; todos los colores del arco iris danzaban sin cesar en aquel hermoso baile. Su cuerpo  comenzó a transformarse en una sustancia ligera, se sentía liviana y completa a la vez. Se había desprendido de la materia que la envolvía, la que podía sentir el frío, el hambre y la sed. Ella era parte de aquel sonido en los acantilados. Ella era la canción que nacía de la voz del mar y el viento, la melodía de su hogar que, hacía brillar su corazón de color verde esmeralda.

   *Imagen tomada de internet. Acantilados de Moher, Irlanda