sábado, 20 de diciembre de 2014

MAPA MUNDI

Dijiste que salvarías el mundo, que me salvarías a mí.
Transformaste mi piel en un mapa mundi que respiraba mares y océanos; enormes extensiones de tierra, islas y volcanes en erupción; el viejo continente se adaptaba a las curvas de mi cuerpo y, tatuado con la belleza de una esmeralda, depositaste mi querida Irlanda sobre mi pecho izquierdo junto a mi corazón, sabías muy bien cuál era su lugar. Y desde ahí cada país ocupaba un poco más de mí, Portugal acariciaba mí ombligo; Islandia mi nuca; Finlandia y Noruega posadas sobre mi hombro derecho rozando sutilmente mi pecho, y la vieja Rusia me abrazaba de costado a costado con Asia entera en mí intimidad; mientras Japón caía delicadamente por mi muslo izquierdo, Australia adornaba mi pantorrilla y, más abajo la Antártida calzaba mi pie con glaciares de tacón alto. África entre desiertos y sabanas compartía la extensión de mi pierna derecha con el continente Americano, dividido por mi rodilla, desde donde en el malecón de la Habana se podía observar el atardecer.
Tan solo quedaba el Ártico, que muy estratégicamente encajaste  en mi cabeza para que helara cada uno de mis pensamientos y, nunca más pudiera razonar, tan solo fuese capaz de amar, de amarte a ti.

Dijiste que salvarías el mundo, que me salvarías a mí, pero amasaste el globo terráqueo como si de una insignificante masilla se tratara y lo estiraste, cediéndolo tanto como diera de sí mi cuerpo y lo derramaste, modelándolo; de alguna manera lo encerraste en mí y, después me encerraste a mí en ti, y de ésta forma nos tenías atrapados a ambos en tu universo.

Creí que me salvarías, creí que cuando decías -pondré el mundo en tus manos- te referías a que la vida para nosotros no tendría límites, que el mundo sería nuestro, y que ambos seríamos un solo ser.
Pero llenaste mi cuerpo con la belleza de la vida de éste planeta, y a su vez también lo atestaste del dolor y la crueldad que habita en éste mundo. Las guerras empezaron a hacerse notar en mi piel, los crímenes, el odio y todo aquello de lo que el ser humano es capaz inundó cada gramo de mí. Mi cerebro helado no me permitía pensar, así que solo podía sentir, sentir, sentir…
El amor natural que el hombre posee, se desliza ahora por mi piel como un líquido que no soy capaz de detener, no puedo pensar, no sé cómo actuar para retener en mí la belleza de las cosas.
Y entonces tú me abrazas, y encierras más profundamente en mí toda esa tristeza y ese dolor.

Has provocado el holocausto en mi cuerpo, no querías hacerlo, lo sé, pero al desear que solo fuera tuya y poner el mundo a mis pies…se rompió el orden natural de las cosas.
Yo solo deseaba amarte, no tenías que depositar nada en mis manos, lo hubiera hecho sin nada, sin nada de todo esto.
Ahora tantas batallas, tristeza y dolor, acabaron conmigo.

Hubo un atisbo antes de todo… quizá lo viste, quizá tu corazón lo sintió.
Yo no quería el mundo, te quería a ti.

*Imagen de la película "El Jardinero Fiel"


No hay comentarios:

Publicar un comentario