domingo, 14 de diciembre de 2014

EL HEMISFERIO DERECHO

Tomó el bisturí con la mano izquierda; ella sabe actuar ante éstas situaciones, ya lo he visto antes.

La delicadeza con la que se prolonga entre sus largos y finos dedos el brillo de su hoja, convierte en una pequeña obra de arte la decrepitud de su ya fatigada mano. Una escultura de piel y huesos que, ha sufrido el paso de los años, luchando cada día para llevar a cabo tantos actos como le ha sido posible. Acarició y se tendió con placer al cobijo de otra piel; secó lágrimas, curó heridas, alimentó el cuerpo y el alma; escribió cientos de palabras que expresaban emociones o que simplemente no querían decir nada, solo deseaba dejarlas ahí, en algún lugar entre ella y el mundo.

Alzó la mano y, con esa batuta que cortaba el aire, mirándose en el espejo comenzó a dibujar una nueva sintonía sobre ella. Un nuevo exorcismo escrito en la piel de su pecho, intentando sortear las rugosas cicatrices de antiguas oberturas, de réquiems interpretados con la melodía de cada llanto.
La sangre brotaba de entre los finos canales labrados en su epidermis; rojas y calientes lágrimas se deslizaban de esos sanguinolentos ojos abiertos sobre su blanca piel; el bisturí seguía afilado, rasgando cada vez más partes de su alma vestida de cuero, escribiendo compulsivamente la realidad que habita en su cerebro, en el hemisferio derecho, el único en el que ella puede introducir sus dedos y buscar detrás de neuronas, ilusión y sueños.
Los rojos ríos siguen recorriendo su cuerpo, vistiéndolo con hilos de tristeza que se secarán dejando una capa de oxidados sentimientos.
La imagen del espejo, ensangrentada, lacerada, ultrajada por su propia mano y el bisturí que le permite sacar de su cuerpo todo aquello que la contamina y vuelve racional, le trae a modo de esas sangrías la única realidad; que la sangre se enfriará, dejará de latir y, el pulso que la mantenía viva desaparecerá.

El tiempo cicatrizará su cuerpo de nuevo y, con un latido menos, con algo menos de sangre en sus venas, seguirá entrando cada día con su mano izquierda en su hemisferio derecho.
¿La razón?
En busca de la felicidad, solo allí podrá encontrarla.


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