He perdido la noción del tiempo, es posible que lleve horas observando el entramado de virutas y restos que dejó tras de sí aquél pedazo de pastel. Afuera ha oscurecido, he perdido la noción del tiempo y a su vez la capacidad visual, y en mi plato se insinúa una extraña imagen como en un test de Rorschach; esos que usan los psicólogos para definir la personalidad de un individuo.
Sé qué es lo que veo, y a la vez sé qué desearía ver. De modo que voy a cerrar los ojos durante unos instantes, intentar limpiar mi mente de la hiperactividad provocada por la sobredosis de azúcar que acabo de ingerir, y relajar mi ojo para que la imagen que aparezca de nuevo al abrirlos sea lo más sencilla, nítida y real posible.
Mientras la oscuridad se apodera de mí, comienzo a ser consciente de que podría dejar en manos de un resto de tarta, una de las decisiones más importantes de mi vida. Un escalofrío recorre mi espalda, erizando mi piel, el bello de mi nuca, y una sensación de angustia me oprime el pecho, me falta el aire y mi estómago se ha encogido tanto que no lo encontraría aunque me abriera en canal. Pero debo hacerlo, respirar hondo, liberarme de cualquier influencia externa y limitarme a volver al punto de partida.
Todo es negro ahora, pero en unos segundos la luz que dejé encendida en la mesilla junto al plato será todo lo que necesite para tomar mi decisión, y mi mundo volverá a girar.
Abro los ojos.
Miro el plato…derramo lágrimas sobre los dulces restos y lo que deseo es comerme otro trozo de tarta, así hasta acabar con ella.
Mañana ya no quedará nada, ni puntos que unir, ni dibujos que interpretar, tan siquiera aquél pedazo de chocolate con el que intenté modelar un corazón.
Posiblemente debería abandonar el dulce.
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