jueves, 12 de agosto de 2021

Terceros latidos


 

         


https://open.spotify.com/playlist/4SwlKnltS2sdOqrf7XFSSH?si=9d12efcf40dc42f1

               

              Sé que me has buscado. Imagino tu angustia al llegar la noche sin noticias mías. Pasar las horas encerrado en esa habitación de hotel, en otra ciudad, en otro país. Atacando el mini bar cada diez minutos, con la música sonando dentro y fuera de tu cabeza.  
Puedo imaginarte tumbado en la cama, completamente vestido, sintiendo el techo caer sobre ti, aplastando tu aliento contra las frías y solitarias sábanas.
En el baño, el agua caliente de la ducha golpea con ansia las baldosas y, el vapor, con olor a cloro, inunda la estancia creando un ambiente fantasmagórico a la luz de la lamparilla. El alcohol comienza a verter su efecto sobre ti. Tu visión se nubla y humedece, no sabes si lo que ves es real o no. Afuera la ciudad sigue viva. Hace unas horas que el sol se hundió como una moneda en la ranura de una gramola. Y todo comienza de nuevo, con otro fondo, con otro telón, en la penumbra. Los sonidos de la calle ascienden por la fachada. Sombras trepadoras con un instinto depredador que, buscan una presa sobre la que derramar ese bullicio al que se enfrenta un alma derrotada.
Ya en la ducha dejas que el agua caliente diluya por el desagüe el miedo que tapona los poros de tu piel y te impide respirar. Miras tus pies dibujados sobre el mármol blanco, parecen asentados y firmes pero en realidad están  temblando. Convulsionan sobre ese precipicio inmaculado al borde de un abismo que succiona tu cuerpo desde abajo hacia las cloacas de la ciudad, donde el silencio y la oscuridad podrían proporcionarte ese estado de embriaguez que buscas en el alcohol y asépticas habitaciones de hotel.
Te veo desnudo frente a la ventana, con una toalla en la mano, frotándote el torso, ensimismado, con la mirada perdida, intentando redimir el frío apaciguador de la ansiedad que caracteriza el calor del infierno que estás viviendo. El Spotify de tu móvil está en aleatorio, salta de un tema a otro en esa playlist que hace tanto tiempo creamos juntos en una calurosa y corta noche de verano. Los temas se suceden proyectando imágenes en tu cabeza igual que una película de super 8 que ha sufrido el inexorable paso del tiempo. Saltamos de una imagen a otra entre luces y sombras con fondos en negro y primeros planos quemados por exceso de luz. Sonrío a la cámara imaginaria de tu mente, bajando el ala de mi sombrero mientras paseo por la orilla de un Mediterráneo en calma y enamorado. Doy saltos por la arena fría del invierno, corro hacia ti gritando muda un… te quiero. Beso el objetivo y te miro mientras te acercas a mí, dejas caer la cámara sobre la arena y sigue grabando nuestros pies desnudos enredados con un lazo apasionado. Detrás de esas bellas  imágenes suena, igual que un eco perdido en un paraje solitario, los acordes de «When a woman made a man, de Little blue Numbers» Nuestra canción, la de bailar pegados, la de los besos interminables bajo una luna al descubierto en el horizonte que, nos llevará de regreso al hogar cabalgando una tras otra las titilantes estrellas.
Se te enturbian los ojos y mi imagen se disuelve entre lágrimas en blanco y negro. Mientras, un sollozo casi imperceptible se queda atrapado entre las paredes de tu corazón. Lo retendrá ahí en prenda, hasta que consiga encontrar su destinataria  y entregárselo. Entonces yo podré apaciguarlo, calmarlo con el ronroneo de mis caricias y mi voz le susurrará todo aquello que espera encontrar para el descanso eterno de su amor, de nuestro amor.
Sigo aquí vida mía. No fui yo quien desapareció, fuiste tú el que un día comenzaste a descender los peldaños del olvido. Ocurrió así, sin razón aparente. Aquel día sin fecha y sin marca en el calendario no recordabas quiénes habíamos sido ni cuánto luchamos por encontrarnos. Poco a poco la locura del abandono se adueñó de tu corazón, de tu piel, de tu sonrisa y fuimos unos desconocidos que se observaban con escepticismo las manos entrelazadas. Cuando la tierra se abrió bajo nuestros pies nos separamos como náufragos  a la deriva, agarrados a los sentimientos que flotaban sobre las aguas embarradas de un maremoto. Acabaste en tu propia isla solitaria, lejana, añorando un amor que nadaba entre tu mente y mi corazón.
Desde entonces me buscas porque crees que me perdí, que me alejé de ti, que dejé de amarte. Te equivocas. Nunca estuve tan cerca del precipicio de tu respiración, conteniéndola para que siguiera inspirando y exhalando el aire de tus pulmones. Cerca de la comisura de tus ojos que cierro con cariño para que descansen sus agotadas niñas.
Puedo verte cada día mirar a través de las viejas ventanas de sucios hoteles. Puedo ver tus ojos perdidos bajo un techo empapelado, roto por la humedad del agua acumulada. Puedo verte caminar por las calles vacías de un futuro que está por llegar. También puedo verte sentado en ese banco del parque al que solíamos ir a contarnos sueños y deseos. Te veo en cualquier lugar porque estaré siempre a tu lado, porque nuestras miradas se fijarán en la estrella más dorada del firmamento y porque tu alma y la mía se encontraron para no separarse jamás.

     Dejas caer la toalla al suelo. Te has secado del todo. El calor sofocante otorga a tu piel un brillo luminoso. Vuelves a tumbarte en la cama, cierras los ojos y reverbera sobre tus párpados la luz de un neón desde la calle. Es muy intensa y mantiene a raya las sombras trepadoras. Hoy estás a salvo y, me acurruco en tu costado y, me envuelves en un abrazo mientras proyectamos, perdidos en la noche, cada una de las imágenes que hemos grabado y capturado en nuestra mente.
Nos dormimos acunados por los vaivenes de la música. Tu móvil pierde a ratos la señal y a veces se desvanece, igual que una bengala de salvamento en el cielo
Hueles a gel de baño. Ese aroma cítrico y dulce me embriaga por completo. Me relleno de ti y tú te pierdes en mí.
Estoy aquí.
Me has encontrado, siempre lo haces.
Soy yo, tu tercer latido.

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