domingo, 6 de septiembre de 2015

OPORTUNIDADES


* Fotografía: Michael Blann
* Tema: Damien Rice &Markéta Irglová " Long Long Way"

Murió. Y ocurrió así, de repente. Un día estaba junto a ella y al siguiente había desaparecido de su vida.
El color cambió, la luz se tornó oscura, y aunque el sol le seguía saludando cada mañana, ella no lo veía. El mundo a su alrededor era una sombra por la que caminaba a veces sin rumbo, otras atiborrada de pastillas. Simplemente se movía por inercia junto al resto de la gente. El vacío, ese del que hablan los poetas, resultó ser real. Tenía un agujero en su cuerpo, podía sentirlo, atravesarlo con su mano de un lado a otro; le faltaba una parte de sí misma allí en su pecho. En verdad ella parecía la muerta.
Su aspecto triste y desaliñado, con aquellas manchas moradas que ya casi rozaban sus mejillas en las que sus ojos se habían hundido y perdido, daban a su rostro tal inexpresión que no parecía humana. Esa mirada perdida; quién sabe qué era lo que veía o intentaba buscar. Su delgadez extrema delataba cada hueso de su cuerpo a pesar de la ropa. El aire entraba en sus pulmones por castigo, vivir era una carga. Pero allí estaba día tras día, entre abrazos que se le caían del cuerpo y cientos de palabras de ánimo y apoyo que se le antojaban complicados jeroglíficos que descifrar. Decidió dejar de sentir por completo. No había un mañana, ni un presente, tan solo existía una vida de recuerdos junto a él. Algo a lo que asirse como lo hace un náufrago a su salvavidas, con las únicas fuerzas que te quedan en un momento así, fuerzas que se multiplican por mil. De manera que ella estaba tan aferrada a sus recuerdos que, un día se dio cuenta de que se había convertido en ellos. Así la vida tenía algo más de color, aunque un poco desteñido y con olor a rancio, pero ella vivía o al menos pensaba que lo hacía. Así que de ésta forma fue pasando el tiempo, el cual avanza sin piedad y en esta ocasión sin ella, pues de su cuello salía como una prolongación de su piel, la soga del pasado.
Pasaron los años y la vida transcurría con cierta normalidad. Poco a poco había sido capaz de unir los dos espacios temporales y el pasado se convirtió en parte de su presente.

Una tarde a finales de primavera, cuando los días alargan y se respira ese ambiente que parece hipnotizar a todo el mundo con la vuelta del buen tiempo, su vida estaba a punto de cambiar.
Volvía a casa caminando, la temperatura invitaba  a ello. Refrescaba todavía, una ligera brisa movía las copas de los árboles, y  aunque aún no se veían nubes en el cielo, el aire estaba impregnado de olor a lluvia. Y entonces ocurrió. El sol del atardecer que apenas asomaba en el horizonte al fondo de la avenida, con sus diferentes tonalidades rosadas, le daba de lleno en los ojos y no podía ver con claridad; pero una figura masculina que le resultaba familiar andaba directa hacia ella por la calle. Si hace años respirar era un suplicio, en ese momento lo que verdaderamente necesitaba era aire, todo ese aire que durante todo éste tiempo había carecido de interés, ahora era vital.
¿Era aquello posible? ¡Era él!, el amor de su vida que falleció años atrás, estaba ahora de pie justo delante de ella. La miraba a los ojos fijamente, sin apenas pestañear, con el semblante serio, tal y como solía ser él, pero siempre con esa luz especial que había en su mirada  y solo ella era capaz de captar. Levantó el brazo derecho y muy sutilmente le acarició su rostro de porcelana, ahora más blanco si cabe, dibujando una tenue sonrisa.
­­-Hola chiquina -dijo. Ella se desvaneció y en ese preciso instante, comenzó a llover.
Cuando abrió los ojos estaba entre sus brazos, la llevaba en volandas como si de una pluma se tratase. Y caminaba sin dejar de mirarla. Con seguridad y paso firme. Ambos estaban calados hasta los huesos. Ella agradecía aquella lluvia, era reparadora; el agua que resbalaba por su rostro, de alguna manera le decía que aquello que estaba sucediendo era real. Se miraban sin decir nada, solo sonreían, lo hacían con sus labios, con sus ojos, con sus manos, con su cuerpo. La felicidad de aquel increíble acontecimiento, solo se podía explicar con la complicidad de sus miradas.
Él se paró de repente, la bajó despacio sin apenas dejar de abrazarla, le cogió el rostro entre las manos y la besó bajo la lluvia. Quizá el tiempo se paró, quizá pasó una eternidad, o probablemente fue muy breve. Pero aquél beso encerró todos los que antes se habían dado, se convirtió en uno, en el único. Sus labios soldados por la pasión, no volvieron a separarse jamás.
Nunca se preguntaron qué había ocurrido, tenían miedo de saber, de hacerse preguntas para las que ninguno de los dos tenían respuestas. Dejaron correr todo aquello, igual que la lluvia que sin más cayó del cielo el día de su reencuentro.
Pensaron simplemente que, la vida les había otorgado una nueva oportunidad. Y así fue como vivieron durante muchos años, disfrutando cada instante como si fuera el último, amándose locamente. Riendo siempre, llorando solo lo justo y necesario. Pues ya habían llorado bastante hace tiempo. Se dedicaban a cuidar el uno del otro. A disfrutar de ellos mismos, de lo que ahora tenían, de todo aquello que les fue arrebatado.
Nunca volvieron a separarse, incluso marcharon juntos cuando llegó el momento de bailar abrazados bajo la lluvia.



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