lunes, 2 de febrero de 2015

DE PESCA

El sol caía detrás de las dunas, se despedía de nosotros con esas últimas caricias remolonas, como cuando no quieres irte a dormir e intentas alargar el instante de ir a yacer entre sueños. Él lo hacía, se derramaba aún caliente sobre el mar haciendo surcos profundos  de color anaranjado, colándose discretamente entre las rocas, escribiendo mensajes sutiles y de hermosos colores, quizá un idioma tan solo conocido por las gentes del mar.
El lucero de la tarde ya brillaba en lo alto, la noche poco a poco iba haciendo acto de presencia y con ella el frío nos iba abrazando cada vez un poco más, envolviéndolo todo con su manto oscuro pero tan amigable cuando estás solo.
Una tenue luz marcaba aún el horizonte que, pronto desaparecería y mar y cielo serían un solo ser, un solo mundo, ese en el que nos adentraríamos de cabeza para comulgar con el mar, con nuestro amante helado, suntuoso apasionado de bellas mareas y de nuevas y entrañables historias, mientras nuestras cañas se dejan llevar por el vaivén de las olas. Ellas poseen vida propia, permanecen ahí con su anzuelo flotando, con el suculento y atractivo cebo que guiña un ojo a cada pececillo que pasa. Son listos, no caerán tan fácilmente, el mar les ha enseñado muchas cosas sobre los humanos, quizá sepan más de lo que imaginamos, más que nosotros mismos…

Mientras, la noche se ha cerrado, hemos sido afortunados y tenemos una flamante luna creciente, casi llena, amiga de las mareas y de los pescadores que pasan la noche en vela. Su luz y un pequeño farolillo son suficientes para poder desenvolvernos con soltura en éste pequeño mundo que hemos creado para los dos, nuestra casa, con un techo infinito de estrellas.
Hay música, algo de comer, unas cervezas y para cuando el frío ya se haya hecho con los dedos de nuestros  pies, un par de termos de café y chocolate bien caliente. Suficientemente abrigados, sentados en unas sillitas no tan cómodas como aparentan, nos echamos la mantita por encima, nos bajamos los gorros hasta las orejas y cogemos el libro escogido para la ocasión. La noche será larga y a pesar de que nuestra conversación siempre resulta atractiva con ese mar que nos inspira, es embriagador comenzar la velada introduciéndonos en una historia distinta cada noche, en una nueva y excitante aventura. Lectura que podría transportarnos fácilmente tanto sobre las aguas, como a las profundidades del océano y sus abismales secretos, palabras que cuentan como el mar es el todo.
Y de ésta manera, embelesados por tan bellas palabras, hipnotizados por la melodía del mar que se mezcla con una delicada banda sonora que nosotros aportamos sutilmente de fondo, viajamos a través de las olas, a través del olor a mar, a través de esa alfombra que la luna ha teñido de color plata para nosotros; ni Neptuno es tan afortunado, solo alguna sirena puede tener esta clase de suerte.
Único y espectacular momento.
La vida.

Algún viejo pescador de la zona se nos acerca de vez en cuando, les gusta contarnos sus historias sobre la mar, su relación con esa indomable y majestuosa criatura, espíritu azul, caprichoso y temido oponente...
“Nunca te creas más fuerte que el mar, mientras sea así, mientras sigas sus reglas todo irá bien”

Se acerca la madrugada y el frío ha ido calando en nuestros huesos, hundiéndonos un poco más en nuestras ropas empapadas ya de cada gota salada que la brisa ha traído hasta nosotros. Con delicadeza me colocas mejor la manta y yo me acurruco bajo el nuevo calor que encuentro en la ternura de tus gestos. Me quedé dormida mientras leías, tu voz me llevó de la mano al “océano mar” a ese lugar que ambos sentimos nuestro hogar.

Pronto amanecerá.
La pesca será buena, hoy la mar tenía buen sabor.

Mi caña tiraba…


*Imagen propia. Una tarde en la Albufera, agosto 2014


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